#ImaginarFuturo #UNSAM30Años

Salir a jugar sin miedo 

Porque siempre hay futuro (la clave es reinventarlo)

 

“Estás peleando por la nada más grande de la Historia”, sentenciaba Hubert de Marais en Apocalypse now, penosamente aferrado a su puesto colonial en ruinas y su desencantada visión del mundo. Al igual que el viejo patriarca Hubert, fantasma de otra era ideado por Francis Ford Coppola para su adaptación al cine de El corazón de las tinieblas, muchxs podrán decir que vivimos tiempos desesperados, apocalípticos y sin sentido, y así justificar su inmovilismo político, cultural o sentimental. Otrxs, en cambio, podrán leer el presente con ojos menos autocomplacientes y descubrir lo asombroso en lo ordinario, renovando su confianza en el pacto social y sobreponiéndose al trastorno colectivo de creer que el futuro siempre será peor. 

Al menos para la mayoría, la vida nunca fue fácil, confortable o justa: glaciaciones, maremotos, erupciones volcánicas, migraciones, pestes, hambrunas, guerras, imperialismos, colonialismos, racismos, clasismos, sexismos, militarismos, extractivismos, digitalismos, biopolíticas y tecnocracias. Pero podemos reconocer que en las grietas de ese maremágnum evolutivo también hubo tiempo para descubrir el fuego y tallar la piedra, dibujar, contarnos historias, celebrar, diseñar herramientas, desplazarnos, hacer música, conectarnos, amar. Crear. Un continuo ininterrumpido de situaciones siempre excepcionales desde el fondo de la historia hasta hoy.

Con estos claroscuros en mente, a pocos meses de iniciado el 2022, y apenas superada una de las crisis sanitarias más agresivas de los últimos siglos, no podemos naturalizar la expresión “cuando volvamos a la nueva normalidad”. ¿En qué momento asumimos que la devastación del planeta, la distribución injusta de sus recursos, la explotación, la violencia, el hambre y la pobreza extrema eran situaciones normales? ¿Acaso nuestra especie, tensionada por el instinto animal y la conciencia, no constituye en sí misma una anomalía? Volvamos a esta imagen abierta de “la nada más grande de la Historia” y preguntémonos si no es posible resignificarla.

Modificar el statu quo global desde nuestro pequeño lugar en el mundo, en un país periférico y con grandes problemas estructurales, quizá sea difícil. Aun así, en la UNSAM somos una universidad: podemos influir y modificar nuestro entorno cercano; fortalecer nuestra red territorial; diseñar procesos estratégicos de creación, transformación y transmisión de los saberes; formar participantes activxs de las dinámicas científicas, tecnológicas, sociales, humanas, económicas y artísticas del futuro próximo de la Argentina, que siempre puede ser mejor, más orgánico e hípervinculado, transdisciplinado, transculturado.

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¿Cómo redireccionar nuestras capacidades para alcanzar ese horizonte en potencia? ¿Cómo proyectarnos a lo abierto sin miedo? ¿Cuántas maneras de pensar el futuro existen? ¿Podemos enumerar esos futuros al infinito? Recrear las posibilidades del tiempo es una misión que podemos y tenemos que darnos. Que las cosas sean y cambien.

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La pandemia evidenció las fortalezas y las debilidades de la sociedad que construimos. Sin dudas, el conocimiento científico y el desarrollo tecnológico hicieron aportes fundamentales: casi un año después de iniciados los contagios, ya contábamos con media docena de vacunas disponibles para combatir al virus, que a diario cercaba la vida de cientos de personas. Al mismo tiempo, las tecnologías digitales facilitaron el contacto familiar, social y laboral durante el aislamiento, que puso a prueba todas nuestras capacidades. En paralelo, atendimos al desborde alarmante de los sistemas de salud, incluso en los países más desarrollados. Los casos hospitalizables se contaban de a miles, algo que nos parecía exorbitante. Esa “primera ola” de la pandemia —que apenas fue un anticipo de lo que sería la segunda— evidenció la precariedad de los sistemas de salud y su escasa capacidad para afrontar demandas apenas por encima de las habituales, lo que reveló estructuras sanitarias concebidas como bienes de mercado.

Pero la pandemia no solo produjo enfermos, muertos y escasez de recursos: sobre todo, produjo miedo. Miedo, angustia y escasez no generan las mejores condiciones para imaginar futuros venturosos. Más bien, habilitan procesos políticos desafortunados e, incluso, espectáculos bizarros insospechados, como lo fue el tambaleo de una de las democracias más antiguas y consolidadas del planeta. Esta invención de un estado de crisis continua nos agota y desorienta: el sistema aprovecha cada shock para recortar derechos y mantener el estado actual de las cosas (más vale malo conocido que bueno por conocer).

Si la democracia sigue siendo sometida a estrés, ¿asistiremos al advenimiento de regímenes cada vez más delirantes y autoritarios, amparados por demandas sociales de nuevos liderazgos y reinvenciones de futuros que ahora no podemos vislumbrar?

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La agenda de temas es inmensa. Por eso, ahora más que nunca, tenemos que abandonar esta pulsión futurofóbica que nos consume y salir a jugar. Habrá decepción en la medida en que no nos animemos a reformular nuestras expectativas, a reactivar proyectos, a reconectar con nuestro deseo. El desafío es cambiar los modos de estar en el tiempo, renovar las formas de imaginarlo, asumirlo con menos cinismo y más ingenio, menos nostalgia y más coraje. Para salir de este modelo defensivo de la retroutopía —que dice que todo tiempo pasado fue mejor—, tenemos que reinventarnos, generar ideas para recuperar el control, volver a expresarnos, pensar juntxs y emocionarnos.

Seguramente, el conocimiento del pasado nos ayudará a recuperar el futuro. Sobrevendrán nuevas corrientes de pensamiento, culturales, artísticas. Y hacia allí tendremos que reorientarnos: pensando la educación como eje central para el desarrollo de estas nuevas capacidades. Mucho antes de la aparición del COVID-19, ya sabíamos que estábamos estirando modelos educativos anacrónicos. La pandemia aceleró los tiempos y nos llevó a incorporar nuevas modalidades y formatos, que tendremos que revisar. La formación del futuro no necesariamente tendrá que convertirnos en seres infotecnológicos, con el cuerpo y las mentes intervenidas por dispositivos artificiales. El desafío es promover una imaginación social, cultural y subjetiva alternativa que nos ubique por fuera de la biopolítica de datos y nos ilumine en tanto seres autónomos.

Y aquí aparece la cuestión del hábitat como una preocupación central. En el marco de una agenda global económica y geopolítica de lo más compleja y más bien malintencionada, el cambio climático agudiza sus efectos. Entre otras cosas, las grandes ciudades mostraron su fragilidad a la hora de frenar la circulación de un virus que afectó nuestros espacios y desplazamientos cotidianos. El problema habitacional y de movilidad será un tema central del mundo pospandémico. Las cuestiones ambientales, alimentarias y de recursos también se sumarán a esta preocupación por la calidad de vida: ¿cómo alimentar a una población mundial que seguirá creciendo de manera exponencial mientras las superficies cultivables se reducen? ¿Qué nuevos materiales y procesos tendremos que desarrollar para alcanzar industrias sustentables? La discusión sobre el concepto integral del hábitat y el bienestar ocupará seguramente un lugar significativo en la agenda futura de las naciones. Los desafíos estructurales y de política pública, así como una nueva manera de pensar el territorio y las relaciones ciudadanas, estarán en el centro del debate.

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El 10 de junio de 1992, el Congreso de la Nación aprobó por ley la creación de la Universidad Nacional de General San Martín. Entonces la UNSAM era eso: una hoja con el texto de una ley. Treinta años después, una hoja con el sello de la ANMAT dice que la vacuna para el COVID-19 desarrollada por un grupo de investigadoras de la Universidad tiene la aprobación para iniciar la fase de prueba en humanos.

Lo que media entre esos dos hechos extremos, entre esos dos “papeles”, es una enorme tarea de construcción de una universidad que desde sus inicios se asentó en la generación de conocimiento como base para el despliegue de todas sus actividades. Treinta años después de su creación, la UNSAM produce vacunas, transforma el territorio con políticas educativas, sociales y ambientales, monta laboratorios en el espacio, incuba empresas de base tecnológica, atiende la problemática de la discapacidad, estudia el cerebro desde la biología, la psicología y la física, lidera las discusiones hacia el interior de las ciencias sociales, produce hechos artísticos de nivel internacional, elabora políticas públicas, entre tantas otras cosas, formando a las nuevas generaciones en un ambiente de permanente creatividad e innovación.

En el ámbito universitario nacional, surge la pregunta por su quehacer en pospandemia y su vinculación con la cuarta revolución industrial. ¿Qué rol jugarán lxs especialistas e investigadorxs del futuro ante este cambio paradigmático en el que la tecnología y la ciencia de datos alumbrarán nuevos mercados, industrias y productos globales operables a través de plataformas digitales? Las profesiones y competencias que el nuevo mundo hipertecnologizado demandará serán el producto de la forma en que enseñemos, que ya no ocurrirá solo en las aulas, sino también en plataformas digitales, laboratorios multimedia y de simulación o en aulas híbridas. Sabemos que la digitalización y el desarrollo de infraestructura tecnológica pasará a ser uno de los ejes principales de cualquier gestión: autoridades y profesores deberán desarrollar capacidades y competencias que les permitan, a su vez, formar a otras personas, perfeccionarse en sus distintas disciplinas y transferir conocimiento.

Si algo positivo tuvo la pandemia, fue la revalorización social del sistema científico-tecnológico y su capacidad para adaptarse y afrontar desafíos inesperados. Como generadores y distribuidores de conocimiento, desde la UNSAM fuimos partícipes importantes de ese proceso, identificando necesidades y transformando nuestro conocimiento básico en aportes para la solución o la mitigación de problemas de diversa índole. Por ese rol, recibimos un amplio reconocimiento social que fue, sin duda, un gran estímulo, pero también un mandato para el futuro.

Tenemos que profundizar ese camino, ampliar sus alcances y horizontes. Abrir nuestro abanico de posibilidades, potenciar nuestros grupos de investigación, fortalecer las redes a las que pertenecemos, tanto nacionales como internacionales, y crear nuevas. Apoyados en nuestras fortalezas, que son muchas, pero, sobre todo, identificando las oportunidades que tenemos de ofrecerle a la sociedad más y mejores herramientas. Esa es nuestra misión indelegable. La pandemia despertó muchas conciencias y demostró las capacidades que tenemos. Actuar en el sentido de la demanda social es reconfortante. Vayamos hacia eso.

Lideremos un ecosistema de innovación tecnológica, social y productiva en toda la región. La universidad está llamada a ser el centro de esta reconversión. ¿Podemos imaginar, entonces, una Historia más justa? Si bien no es una tarea obligatoria del arte, tampoco de la filosofía, intentar mejorar el mundo —para algunos, su diálogo es con la muerte y no necesariamente con la justicia—, el ingenio y la potencia creativa seguramente sirvan para despertar el coraje ético y político que hace falta para conseguirlo y lograr que permanezca equilibrado.