25 AÑOS, 25 REFLEXIONES:
LA FORMACIÓN EN LA UNIVERSIDAD

La capacidad de discernir: un talento que se forma en comunidad

Silvia del Luján Di Sanza *

En un tiempo en que el buen sentido no apuesta a la certeza ni pretende hallar un punto firme, el discernimiento o “sentido común” –en la lectura que  Hannah Arendt ha hecho de Kant– se manifiesta como una facultad indispensable para la interpretación y la orientación en el mundo.
Se trata de una forma de racionalidad que remite a los otros congéneres y convoca a pensar las otras razones, porque nos desvincula de los aspectos interesados (individuales, privados) de nuestro juicio para abrirnos a orientaciones y puntos de vista divergentes. Es una toma de distancia con respecto a uno mismo, necesaria para efectuar una crítica al propio juicio, a las condiciones desde donde se juzga y, de este modo, descentrarlo de una subjetividad muchas veces arbitraria.
El discernimiento cumple la  función de distinguir una situación de otras, porque no todo da igual, ni todo es similar, ni toda perspectiva es considerable, ni todo lo que puede ser realizado tiene que serlo.
 Este “sentido común” se forma en la confrontación del propio entendimiento con el de los otros, y esto sólo puede realizarse públicamente, en la dinámica de la vida social, en la dinámica institucional. De ahí que sea necesaria la heterogeneidad de perspectivas, la discusión de las ideas y la búsqueda de fundamentación como esfuerzo conjunto. El discernimiento es la capacidad de pensar en comunicación con los otros seres humanos y, como tal, es un talento que se adquiere mediante un aprendizaje “en”  y “de” la comunidad.
De los 25 años que cumple la UNSAM, he vivido 20 en ella, desde el dictado de las primeras clases del ingreso, allá en el Patio Esquiú, donde pensábamos con los alumnos las condiciones fundamentales de los estudios académicos, ayudados por un texto de Schelling “Lecciones sobre el método de los estudios universitarios” -que era todo menos una metodología, en el sentido instrumental en que se la puede pensar-   hasta la institución de la Escuela de Humanidades y en ella, la concentración del trabajo de docencia e investigación en la Licenciatura en filosofía. Todos estos años de crecimiento en la propia formación significaron, a la vez, una fuerte pertenencia institucional, generada desde el comienzo por la apertura de espacios para el encuentro y el diálogo, para la confrontación de ideas, para la consulta y, también, para “estar nomás”, es decir, espacios en los que se gestaba comunidad.

Desde aquellos orígenes hasta hoy es indiscutible el crecimiento constante de aquel proyecto fundacional; la diversidad de los saberes hoy presentes en la universidad (en distintas propuestas para distintas necesidades) son un sustancial testimonio. La fuerza ha estado y está puesta en la formación de estudiantes comprometidos con el saber, capaces de estimar situaciones con criterio propio, preparados para hacer frente a preguntas y problemas para los que no se tiene de antemano la respuesta.  La universidad, con cuyo proyecto estamos comprometidos hace años, ha sido y sigue siendo la comunidad idónea para la formación de profesionales con criterio y capacidad de juzgar, de estimar y corregir el propio juicio con el juicio de los otros, en función de un proyecto común.

 

* Dra. en Filosofía, profesora Asociada en Historia de la Filosofía Moderna, investigadora del Centro de Investigaciones Filosóficas de la Escuela de Humanidades, Directora de proyectos de investigación en el área de Filosofía Moderna, Presidente del Consejo Buenos Aires del Stipendienwerk Latein amerika Deutschland, exbecaria del Stipendienwerk y exbecaria de la Universidad de Eichstätt, Alemania.