20 AÑOS, 20 TÓPICOS

ESPÍRITU

Por Jorge Eduardo Fernández

Hablar del espíritu es hablar de un enigma que retorna de lo evitado. ¿Evitado por quién? ¿Por un maestro de Alemania? ¿Por la física, las neurociencias, las eh? Es compleja la urdimbre de la complicidad con lo evitado.

Lo cierto es que, lo evitado no es olvido y, más allá del amor y del espanto, el enigma del espíritu retorna y nos cuestiona acerca de aquello que nos junta, de aquello que nos hace comunidad.

Es sabido que todo lo evitado retorna, lo mismo ocurre con el espíritu. Y, en tanto enigma, retorna acompañado por las vísceras que lo incuban: la esperanza y la culpa. La palabra excedida en la ambivalente malgama tramada por la promesa, audacia de las demagogias, y por la deuda aceptada ante el temor a lo inseguro. Se suman entre otras, las voces que se atribuyen el derecho de hablar por los infantes, y las más crueles y violentas, las que se escudan en el derrotero de la decadencia y sus metástasis xenófobas, racistas.

El huevo de la serpiente, ante él, nuestra insólita mirada que ha de pensar lo que se evita. El espíritu, entre brasas y cenizas.

Dispuestos a hablar del espíritu vemos que allí va, cargando su ánimo como se carga un pesado espectro, en busca de un cruce en el estrecho paso rodeado de amenazas neofascistas. Pareciera que el paso requiere de un cambio de aliento, al fin y al cabo el espíritu sigue siendo aliento, pneuma, de una otra libertad que aprecie la extraña alteridad del próximo, aún del amigo, y la inmediata proximidad del extranjero. Un nuevo fuego, no solo el del hogar y el de la lengua materna, sino el de todas las lenguas. Invertir la Babel a partir de la escucha del otro.

El otro, ese otro que no solo somos para el próximo, sino que, también cada cual es para sí, lo extraño en la permanente interpelación del espíritu. Interpelación que sirve para evitar su esclerosis, sus hipóstasis, sus apropiaciones identitarias, sus reacciones segregacionistas. El espíritu interpelado por la alteridad en su alteridad, eso es lo que todavía no es, es decir, extraordinaria disposición al futuro.

¿Qué ánimo alberga el espíritu? Sabemos que se ha enseñado que el espíritu es amor. Otra palabra evitada. ¿Retorna? Sólo como conflicto, como contradicción. Como terca obsesión que se empeña en amar allí donde ya no es posible amar. Es decir, en las bases de la Polis, de la ciudad, diríamos, de la política.

Espíritu es una palabra excesiva, al menos en el mundo que hemos decidido vivir. O tal vez sea el exceso mismo, eso que nos saca de nuestra conformidad en este mundo. Ya que “…el amor es simplemente eso, la forma del comienzo tercamente escondida detrás de todos los finales”.