20 AÑOS, 20 TÓPICOS

MUNDO

Por Graciela Ralón de Walton y Maximiliano Cladakis

El mundo es la unidad primordial de nuestras experiencias, el horizonte de nuestra vida y el polo de todos nuestros proyectos. Al hablar del mundo consideramos no solo las cosas sino al mismo tiempo nuestra propia vida y la de los otros como habitantes del mundo. Nuestra relación originaria con él no es la de un sujeto que se halla frente a un objeto, por lo contrario, nosotros existimos en el mundo, somos en el mundo; de manera que el mundo es el horizonte de todas nuestras experiencias, donde desplegamos nuestras vidas y nos encontramos en una relación vital con las cosas y con los otros. Merleau-Ponty dice, al respecto, que el mundo es la cuna de las significaciones, sentido de todos los sentidos y suelo de todos los pensamientos. No se encuentra, por lo tanto, como un objeto frente a nosotros, sino que nos hallamos sostenidos por él. Tomando la alegoría bíblica, se trata del arca, es el soporte de nuestras vidas. En este sentido, no se debe comprender la vida únicamente de manera biológica, sino también como vida del espíritu. El mundo no sólo nos brinda los preliminares que hacen a nuestro cuerpo, sino que da un sentido a nuestra existencia. En virtud de un entrecruzamiento entre la naturaleza y la cultura el mundo comprende tanto los objetos naturales –ríos, montañas, pradera- como también cuadros, músicas, libros, es decir, lo que llamamos mundo cultural.

Un horizonte de intereses acompaña cada momento de la vida cotidiana, y especifica una situación del sujeto en relación con el mundo circundante. Los diferentes intereses dan lugar a diferentes actitudes, diferentes tomas de posición con su consecuente interpretación: la actitud mítico-religiosa, la teórica-filosófica o la técnico-científica. Cada una de ellas representa una interpretación parcial del mundo que se realiza mientras somos en él. Cuando el creyente lleva a cabo un rito, el filósofo su especulación teórica o el científico su observación empírica, se realizan distintas interpretaciones de mundo. Sin embargo, ninguna de ellas agota su sentido. Hay un “siempre más” que nos sobrepasa y nos interpela de manera que el mundo común se pluraliza y se recorta en mundos familiares y mundos extraños. El contraste entre mundo familiar y confiable, por un lado, y mundo extraño, por otro, corresponde “a la estructura constante de cada mundo” y, esto “en una relatividad constante”. Desde esta perspectiva, la propuesta es tratar que los diferentes puntos de vista puedan ser comprendidos en un mundo común regido por un “universal lateral” que atraviese los diferentes mundos culturales bajo la consigna de: “aprender |a ver como extraño lo que es nuestro, y como nuestro lo que es extraño”. Esta lateralidad de los mundos se aplana cuando se la observa desde la mirada del “espectador imparcial” o desde la autonomía de la tecno-ciencia, que, al decir, de Martín Heidegger, se ha ido consolidando como saber por excelencia. La transfiguración del saber en una tekné regida esencialmente por los principios del cálculo y de la previsión es un acontecimiento característico de esta época. Cuando la actitud científica pretende adquirir una hegemonía sobre el resto de otras interpretaciones el resultado es el encubrimiento el sentido originario del mundo, aquel sentido que posibilita, incluso, la aparición del saber técnicocientífico: el mundo que habitamos, aquello denominado por la fenomenología como “mundo de la vida”.